miércoles, 1 de julio de 2009

Hoy tuve mi primera sesión de kendo. Convencí a Juanito para que se apuntara y allá que fuimos (el ridículo compartido siempre es menor). Llegamos temprano, cuando todavía estaban entrenando los de karate. La karateka cinturón negro me invitó a practicar pero creo que ya sería demasiado… Aunque no lo descarto. Aunque de reducido tamaño, la encontré desafiante.

El club de kendo tiene sólo unos 6-7 miembros, todos estudiantes. Hay un capitán, que es el mayor. Había un tal Masaki (creo que así se llamaba) que es el que nos ha enseñado unos truquitos mientras los demás iban a lo suyo (lo suyo son muchos gritos, ruido y golpes). Hemos aprendido a sacar y guardar la espada, y los pasos básicos (hacia delante y hacia atrás) acompañados de un espadazo a la cabeza y retirada del bambú en el retroceso. Todo esto al aire, claro. En el kendo no hay carreritas y los movimientos son muy específicos, hacia atrás y adelante, casi arrastrando los pies y sin que el izquierdo adelante nunca al derecho ni el derecho se quede por detrás del izquierdo (todo esto tiene su razón en el entrenamiento de los samuráis pero en los libros lo explica mejor). También hay un movimiento lateral, casi arrastrando los pies también. Lo de los pies es muy importante y se practica mucho. Y en algo en lo que no había pensado es que, al ir descalzo, los pies terminan algo lisiados y ya se me levantó un poco la piel por un dedo. Pero bueno, supongo que con el tiempo se endurecen los pies, y el carácter, que de eso se trata. Me gustó e iré los lunes y miércoles. En verano no sé qué pasará, porque no habrá estudiantes en la universidad. A ver si en las semanas que quedan aprendo un poco más y busco algún sitio por la ciudad para practicar.

Lo malo del kendo es que nadie mayor aprende. Empiezan a aprenderlo los niños en la escuela y ya está. Es como en España el fútbol, nadie con 30 años se pone a aprender a jugar al fútbol de mayor.

Es de las pocas disciplinas que no han perdido el carácter ‘espiritual’. El resto de artes marciales se han convertido en deportes de competición y perdido todo lo que tenían en su origen. Que es lo interesante, digo yo, porque a estas edades y con este cuerpo no estoy yo para ir dando palizas por ahí ni levantando la patica.

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