martes, 4 de agosto de 2009

Creo que nunca he tenido verdaderos maestros ni a nadie que me haya enseñado nada y por el que sintiera 'admiración' o el sentimiento de estar siendo enseñado por alguien respetable. Familia aparte, huelga decir.

Cuento esto porque hoy estuve entrenando, solo, con el 'jefe' del club. Un señor ya abuelo que tiene el penúltimo grado que se da en kendo (que si el último lo tienen poquísimos, no es moco de pavo). Es todo bastante ceremonioso y hay reverencias a mansalva, al principio, al final, con éste, con el otro... Tanto al principio como al final todos escuchamos de rodillas (bueno, como se sientan los japoneses, con las rodillas sobre el suelo y el culo sobre los pies... que de fácil tiene poco y después de 1 minuto sólo tienes ganas de levantarte, aunque creo que sólo me pasa a mí) una especie de discurso/sermón del sensei que ese día esté presente. De lo que dice yo me entero de nada, que se dice pronto, ni una palabra... Puedo estar escuchando a alguien y no entender absolutamente nada, lo cual ya es difícil. Además, como ha estado entrenando conmigo solo, luego al final del todo él se queda sentado y voy, me arrodillo, me siento y en señal de agradecimiento/respeto, te inclinas hacia adelante, hasta que casi tu nariz toca el suelo dentro de una especie de triángulo que se forma con las manos. Vamos, que me explico bien y ha quedado re-claro. Todo esto tiene su enjundia porque soy profesor, vivo solo hace muchos años, hago lo que me sale del capullo (disculpad la expresión) y me he topado con poquísima gente de la que he podido aprender algo. Y la verdad es que un sentimiento agradable el sentir que alguien te enseña algo y mostrar agradecimiento. De igual manera que re-desagradable una relación maestro-discípulo en la que el maestro es un pezuco.

Y, a ver, no me malinterpretéis, yo no soy de los que van iluminando y transformando las vidas de los demás con mi sabiduría.

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